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El pasado jueves 6 de febrero los chicos y chicas de 6º visitaron La Casa de México y se dejaron llevar adentrándose en las obras de Diego de Rivera

¿Cómo es la mirada frente a una obra de arte?

¿Qué pensamos mientras observamos un cuadro?

 Para ver un cuadro lo primero que hay que hacer es pararse enfrente de él, abrir bien los ojos, mirarlo con detenimiento, mirarlo con mimo, observar los detalles, pararse a pensar cuánto tiempo tenemos que dedicarle a su contemplación, intentar descifrar su mensaje,…

Fue muy interesante los comentarios que hacían los alumnos y las preguntas que les suscitaban algunas obras….sólo con observar la curiosidad innata que poseen se puso en funcionamiento y sin ellos ser conscientes navegaban en los mares del aprendizaje.

Todo lo vivido el jueves me llevó a una reflexión que como maestros deberíamos hacernos:

¿Cómo es la mirada frente a los chicos y chicas de nuestras aulas?

En los tiempos que vivimos, educar es todo un reto, es un desafío. Supone poder despertar hambre, despertar preguntas, interés, deseos de aprender y crecer.

Educar es sinónimo de acompañar, recorrer con nuestros alumnos un camino de encuentros significativos –también de desencuentros-, poniendo en juego ese despertar, descubrir, …que convierta al alumno en protagonista de su proceso de enseñanza y aprendizaje.

La primera condición para poder llevar a cabo un camino lleno de encuentros con los alumnos es nuestra mirada.  En nuestras vidas todos hemos tenido la experiencia de esas miradas capaces de sacar lo mejor o lo peor de nosotros mismos. La mirada impacta en todos los ámbitos, pero especialmente en la relación con nuestros alumnos, en la creación de ese vínculo que estamos llamados a crear entre el alumno y nosotros como maestros y maestras.

De esta manera, la primordial tarea educativa de cualquier docente es aprender a mirar, es como si mirásemos un cuadro.  Debemos mirarlos con detenimiento, con mimo, sin límite de tiempo, creándonos preguntas e intentando entender lo que nos quieren decir.

Los chicos y chicas de nuestras aulas son niños y niñas capaces, deseosos de saber, curiosos, con iniciativa, …necesitan por nuestra parte una mirada profunda, que se asombra, capaz de ver la luz que llevan dentro, en medio de las sombras que también los acompañan. Sin encallarse en el error o la debilidad. Una mirada así tiene al alumno en el centro porque busca descubrir, no valorar ni juzgar. Esta actitud de asombro es condición sine qua non en toda labor educativa. Exige ir más allá de lo que aparece ante nuestros ojos y tomar la decisión de querer asombrarnos ante nuestros alumnos.

Hay una expresión castellana que dice: “ojos que no ven, corazón que no siente”. Si eliminamos el adverbio negativo, ¡aparece una verdad aún más potente! “Ojos que ven, corazón que siente”.  Si te veo en tu verdad, creo en ti, veo tus capacidades, y ese es la mejor motivación que pone en marcha el motor de querer hacer, aprender, saber, … de  nuestros chicos y chicas.

En definitiva, poder ver es un regalo, aprender a mirar es nuestra responsabilidad. Nuestra mirada tiene un poder transformador en cualquier relación, más aún en la educativa.

Vanessa Cobo

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